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La ambición o la avaricia nunca se han calificado como virtud, y eso puede estar bien. Sin embargo, mirando en sentido opuesto a estas cualidades pecaminosas, descubrimos el conformismo, que sin ser pecado capital ni de provincias, tampoco se muestra como virtud.

No quisiera hacer de este poste un trozo de "Ética para Amablog". Eso se lo dejamos a Fernanblog Sabater, que vete tú a sabater si ese hombre tiene blog. El caso es que de la avaricia al conformismo hay un largo trecho, y en ese largo y estrecho se centra el poste de hoy.

En la última década al menos cientocuarentaysietemildoscientoscincuentayseis pensadores se han dedicado a estudiar precisamente la distancia entre la ambición y el conformismo, habiendo llegado a descubrir, justo en el término medio, un punto equidistante.

Hoy en fernanblog se da un paso más, y se ilustran algunas de las sensaciones que puede sentir una persona que ronde ese punto, momento en el cual, busca lo malísimo de lo bueno, y lo medioqué de lo malo .

Por ejemplo, este verano, recuerdo una persona parada en un semáforo de una ciudad de despeñaperros para abajo, en un coche sin aire acondicionado:
- "Yo prefiero mi Renault 5 al Mercedes de mi vecino. El mío es más apañado para la ciudad, y el mercedes tiene un mantenimiento muy caro, ¡por no hablar del seguro y el riesgo de que te lo roben!"

O una pareja saliendo del despacho del director del cuarto banco que visitan sin éxito:
- "En realidad el piso alquilado del centro es muy apañado y está muy bien situado. Si nos metemos en un chalet con jardín tendríamos que coger el coche para todo y los fines de semana no podríamos descansar porque tendríamos que cortar el césped, limpiar toda la casa..."
A la semana siguiente brindaban contentísimos porque el quinto banco les concedió el crédito para el adosado.

A mi amigo Rodrigo le tocaron 500 euros en los cupones y se puso tan contento que nos invitó a una barbacoa. Con la chuleta en la mano no paraba de decir que el premio gordo de los cupones es un rollo, porque te compras una casa y te quedas sin más dinero, y casi no puedes comprarte además un coche, así que tienes que pedir un préstamo.

Algo parecido le pasó a una muchacha que fue a la tele, ganó un millón de pesetas y Hacienda le quitó una pequeña porción. ¡Qué disgusto si le hubiesen tocado 100 millones y los tuviese que repartir a medias con el fisco!

También me acuerdo de un día que fui de compras con mi amiga Josefina, cuando vio que la falda que le gustaba más que ninguna era tan cara se dio cuenta de que las otras eran más bonitas. Además si se estropeaban al lavarlas daba igual, porque total, ¡si valen menos de la mitad!
Cuando salía de la tienda con la falda barata en una bolsa no dejaba de mirar de reojo el maniquí del escaparate, que tenía la falda bonita (y cara), mientras pensaba -la mía es más bonita-.

Otras situaciones parecidas, aunque inmateriales, ya han sido descritas popularmente en dichos como "más vale pájaro en mano que ciento volando", "a caballo regalado no le mires el bocado " o "a nadie le molestan sus peos ni sus hijos le parecen feos". Tanto unas actitudes como las otras son signos inequívocos de que al fin y al cabo intentamos apreciar lo que tenemos, aunque nos cueste más que apreciar lo que no tenemos. En definitiva, todos tenemos un área en nuestro cerebro dedicada a mezclar lo inalcanzable con lo plausible, intercambiando ventajas y desventajas. Esa región de nuestra mente es la que permite apreciar el handicap de la virtud o el conformismo impepinable, que en todos ha relucido alguna vez.

¿Nos cuentas tú tu handicap de la virtud favorito o algunos de tus conformismos impepinables?

Me conformo con que cuentes sólo uno.

Hasta otro día.

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